dimecres, 18 de setembre del 2013

Mantener y aumentar el amor matrimonial

Cultivar y mantener el amor matrimonial




“El proyecto no tiene la grandeza del sueño o de la utopía, el proyecto es “doméstico”, accesible. El proyecto construye alguna cosa, pero lo hace lentamente, con paciencia, y nos hace responsables de las elecciones que tomamos”.

Susanna Tamaro



Antes de empezar a reflexionar sobre cómo cultivar y mantener el amor matrimonial hemos de pensar que el matrimonio es un bien que incluye el deseo de ser y de hacernos felices mutuamente con una generosidad que debe ser recíproca. Excluye el amor propio y pasa por alto las pequeñeces de adaptación de la convivencia dejando de lado el individualismo. Nuestro matrimonio nunca será el de dos egoísmos compartidos aunque se comprende que podemos tener intereses distintos que incluirán tener unas zonas de independencia. El respeto mutuo excluye el instinto de posesión y de dominio que beneficiará tanto el amor del matrimonio como al afecto y educación de los hijos.

El amor del matrimonio es un sí a la fidelidad y al compromiso en el proyecto común de formar una familia. La construcción de ese proyecto de formar una familia tendrá que hacerse con paciencia y pulcritud. Además de repasar la frase que encabeza este artículo pienso en la Basílica de la Sagrada Familia, de Antonio Gaudí de Barcelona. Se empezó lentamente y todavía se sigue trabajando para terminarla. Poco a poco y piedra a piedra se hicieron catedrales, acabadas a la perfección, no sólo en cuanto lo que se alcanza a ver a primera vista, sino también para las filigranas de los techos y de las torres.

Cuando vamos al matrimonio unos nos dicen que somos atrevidos, otros que disfrutemos de ser pareja sin ninguna atadura, otros que esperemos a tener hijos, otros....otros... ¡No les hagamos caso, aunque nos tomen por locos! Se dice que el presidente del Tribunal de la Escuela de Arquitectura, Elies Rogent, afirmó el día que Gaudí recibió el título de arquitecto: “Hoy hemos dado el título a un genio o a un loco. El tiempo lo dirá”. El tiempo ha hablado y ha situado a Gaudí en el sitio que le corresponde, junto a los más grandes arquitectos de la historia. Vivir la locura de crear una familia nos hará geniales.

Dediquemos tiempo para mantener la comunicación porque sin diálogos surgen problemas y conflictos.

Preguntémonos:

¿Es nuestro hogar como un hostal donde se come, se duerme y poca cosa más? ¿Cómo podemos saber lo que complace más a uno o al otro si no hemos buscado tiempo para conocernos? Siempre chocamos con la falta de tiempo y se ha de hacer lo posible por encontrarlo. Mal irían los jóvenes y los adultos casados, si no encontraran espacios para conversar y comunicarse.

Además de vivir la comunicación es necesario mantener la ilusión y el entusiasmo. Una ilusión que anima el camino matrimonial; que descubrirán nuestros hijos y amigos y que les hará llegar a la conclusión que pueden ser felices en el matrimonio.

En el matrimonio debe aparcarse la rutina y tener la capacidad de sorprender. Nos conmueve la película “La vida es bella” y desearíamos imitar la figura de Guido (interpretado por Roberto Benigni) aunque no estemos recluidos en un campo de concentración. Él hace lo que sea para conquistar a Dora, la muchacha que le gusta, sorprendiéndola. Ya casados, sigue realizando increíbles locuras. Es una fábula que nos sugiere diversas maneras de demostrar el cariño y de no dejarse llevar por el desaliento ya que, cuando la rutina y el aburrimiento llaman a la puerta de una relación, hay que cerrarla con llave y no dejar ninguna rendija abierta para que por ella entre la monotonía.

No todo el monte es orégano en el camino del matrimonio. Por muchos motivos puede haber rupturas, por eso, es fundamental, reflexionar antes de tomar una decisión como la de casarse. La vorágine de los tiempos en que vivimos hace que más de un matrimonio haga aguas. Esas rupturas afectan a ambas partes y a los hijos, a pesar de que hay padres que se hacen cargo de la situación, y de acuerdo los dos, procuran que las separaciones sean “civilizadas” en bien de los suyos. Pero, muchas veces, los hijos reciben golpes de un lado o de otro y se culpan de los problemas de los padres, con la consiguiente pérdida de tranquilidad y autoestima para madurar adecuadamente. Hace años, cuando los matrimonios tenían alguna crisis, miraban de arreglarla para no herir a los hijos. Está comprobado que en estos casos muchos hijos valoraban el esfuerzo de los padres para seguir viviendo juntos, e incluso, sacaban algún beneficio, ya que la presencia en casa de padre y madre los ayudaba.

Serían defectos graves en el matrimonio: la agresividad, juzgar o corregir continuamente al cónyuge, manipular con frases como: “enfermaré por los disgustos que me das…”. Tampoco podemos olvidar los celos o la envidia que se transforman en maltratos y gritos -en algún caso-, por no haber sabido disfrutar de los éxitos de uno o de una y compartirlos (al mismo tiempo) brindando con cava y con una cena con velas…

Gracias a Dios, muchos matrimonios siguen juntos, pasados los años, unidos, y adaptados a cambios. Una actitud de humildad para saber pedir perdón o perdonar, ayudará la convivencia y a limar las pequeñas aristas que surjan así como tener una actitud positiva para buscar soluciones y ser agradecido.

Son muchas las maravillas que descubrimos cuando contemplamos el amor matrimonial, un amor que procuramos cultivar y mantenerlo renovado cada día, poniendo - con dinamismo - cualidades de mejora personal dejando de lado la frivolidad, el aburrimiento, el aburguesamiento y reforzando con detalles de cariño la primera atracción de admiración que nos provocó la persona elegida.

(Publicado en Revista “Hacer familia”, septiembre del 2013)







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