dimecres, 29 d’octubre del 2014

Introducción a la educación de la afectividad y sexualidad (1)






Afectividad y sexualidad (1)



"Vivir únicamente conforme los dictados del cuerpo puede conducirnos, aparentemente, a un estado de placer y bienestar, pero también nos puede llevar hacia la destrucción y el mal, porque el cuerpo sin el dominio de la inteligencia se convierte en una masa ciega que avanza a tientas".
Francesc Torralba


Hoy empiezo una serie de reflexiones sobre Afectividad y sexualidad en mi bloc.

Me parece un tema fundamental para la reflexión de padres de adolescentes porque la sexualidad siempre está relacionado con la afectividad y no la podemos tratar separada de los sentimientos y de los valores que queremos que descubran nuestros adolescentes.

Interesa en primer lugar que nos comuniquemos con confianza con ellos y procuremos espacios relajados para saber que piensan, que grupos de amigos tienen o que influencias positivas o negativas reciben.

La mayoría de las encuestas afirman que los hijos adolescentes no hablan de sexualidad con sus padres y que, en cambio, lo desearían. Sería un gran disparate no haber creado la suficiente confianza para comunicarse con franqueza sobre este tema tan trascendental para su felicidad. Pero, por lo que se ve, no lo hemos conseguido.

A pesar de estos informes no perdamos la esperanza; también hay muchos padres que viven una buena armonía en casa y tienen menos problemas; están disponibles para hacer cumplir las reglas de juego establecidas y saben que en la educación de la sexualidad interviene la voluntad.

La educación de la voluntad fomenta el esfuerzo y anima al hijo a considerar su dignidad para tratar con respeto su cuerpo y el de los demás.
Cuando hablamos de sexualidad no sólo nos referimos a un instinto biológico sino a una gran variedad de sensaciones que están integradas en la globalidad de la persona.

Una forma práctica de transmitir valores es ayudarlo a vivir sin egoísmos: «piensa más en los otros», «sí a la generosidad», «esfuérzate más"...  Enseñaremos que es necesario renunciar, en muchos casos, a una pequeña satisfacción del momento para obtener, más tarde, una gratificación mayor.

Esos valores no los transmitimos haciendo cosas extraordinarias, sino en lo más cotidiano. De nuestro hijo podemos conseguir, con calma y sin ponernos nerviosos, su participación en el hogar, el esfuerzo para el estudio, que sea amable con sus hermanos, un horario límite para estar conectado a la red, un tiempo para la diversión, el dominio de sus prontos, y otros pequeños objetivos que le ayudarán a sentirse útil, superar la pereza y aumentar su autoestima al ir consiguiendo los retos sugeridos; así obtendrá su personal satisfacción.

Todos estos valores a los que hoy me estoy refiriendo para introducirme en la educación de la sexualidad de nuestros hijos conformaran su manera de ser y son una buena preparación para educar en el amor.

Los padres sabemos que la educación sexual está íntimamente ligada a la afectividad y que no es una asignatura técnica que, cuando se aprueba, se pasa al curso siguiente. 

Hemos de estar atentos a los sentimientos que crecen en nuestros hijos, sentimientos que van desde desengaños o enamoramientos imaginarios, fluctuantes y sucesivos, hasta aspiraciones e ideales para cambiar el mundo.

De todas formas, pensemos que los enamoramientos tienen mucha intensidad en la adolescencia, y algunos pueden llegar a buen puerto.

No olvidemos que no podemos convertir en mono- tema con los hijos la sexualidad cuando estamos perplejos por las malas noticias que recibimos sobre las enfermedades de transmisión sexual, para ver si así los asustamos. Se trata de motivarlos haciéndolos reflexionar sobre la dignidad de su cuerpo y el de los demás, de animarlos a que sus preocupaciones sean ocuparse del cuidado de los amigos, las aficiones, la participación en la escuela, la solidaridad, la amistad...

Nuestro hijo no es un ser que sólo se deja llevar por el instinto, sino que tiene su dimensión espiritual, se hace preguntas trascendentes, tiene un alma que se remueve cuando ve comportamientos extraños y busca la verdad para ser más libre. Todos los padres queremos su libertad, que lo hará feliz.

Rechazamos la manipulación y las esclavitudes de ideologías materialistas y hedonistas, que lo podrían enajenar y hacerlo caer en conductas de riesgo.

La verdad la tenemos que dar los padres valorando su dignidad y tratándolo como se merece, y merece mucho.

Es de la Dra. Edelmira Domènech, catedrática de Psiquiatría de la UAB, esta frase

"Es urgente entender que quienes forman parte de la sociedad de los adultos son los encargados de educar, guiar y pasar el testigo a los que vienen detrás, y que no pueden abandonar la constancia y que miren con cariño a los adolescentes, descubriendo los aspectos positivos de los cuales son portadores".

Los padres somos los más competentes para resolver todas las dudas e inquietudes que tengan; se tendría que haber hecho antes de llegar a la adolescencia, pero siempre estamos a tiempo antes de que los medios de opinión o los ataquen con imágenes pornográficas o visiones reductoras de la sexualidad humana. La verdad en boca de los padres es mucho menos compleja que la que recibirán del citado material.

Conviene emplearse a fondo en valores, en autodominio, en generosidad para educar la sexualidad de nuestros hijos... A algunos padres les han devuelto el suyo a casa porque su pareja ha encontrado un hombre o una mujer con la afectividad dañada o con un ego insoportable.


Para reflexión la frase que encabeza la página de mi amigo Francesc Torralba, filósofo.

Seguimos…

dimecres, 8 d’octubre del 2014

Educación sin respeto, es imposición


Educación sin respeto, es imposición

“Respeto no quiere decir miedo y sumisa reverencia, denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere: mirar), la capacidad de ver una persona tal como es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse de que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De esta forma, el respeto implica la ausencia de explotación”.
Erich Fromm


Hace poco estaba dando una charla en una escuela sobre “Compaginar la autoridad-prestigio con el afecto-cariño”. En el coloquio pedí a los asistentes que me dijeran qué cualidad les parecía más importante para educar a los hijos. La mayoría nombraron el respeto.

Mafalda, en la imagen que ilustra la entrada de hoy, pide a su manera respeto por parte de su madre, y lo hace como sabe: levantando un poco la voz, porque se ve pequeñita delante de ella y tiene miedo de que no la va a escuchar…, en el fondo, ¡reclama respeto!

No podemos tener autoridad si no tenemos el respeto suficiente a cada hijo: cuando son pequeños dejándoles que tengan iniciativas y, más adelante, haciéndoles crecer en libertad y responsabilidad. “No se puede ser a la vez tirano y consejero”, dice Gandalf en El Señor de los anillos. Una frase como esa ya nos predispone a entender que no hemos de tiranizar a los hijos sino acompañarlos. Y la mejor forma de hacerlo es siendo muy respetuosos.

Nuestra libertad personal, bien que la queremos. Todos nos molestamos cuando nos presionan, nos controlan o nos quieren organizar. ¿Por qué no nos aplicamos el cuento y valoramos las diferentes maneras de ser de nuestros hijos para hacernos buenos amigos y consejeros de ellos, y no unos “mandamases”?

Si es necesario dar nuestra opinión para evitarles un daño seguro que lo haremos; pero si pretendemos ser personas prudentes y discretas no nos tendíamos que conceder el lujo de entrar en espacios que no nos corresponden, ni conviene que continuamente demos nuestro parecer al adolescente, al familiar, al compañero o al amigo. Los consejos se dan cuando nos los piden pero, a menudo, una mirada afectuosa es mejor que mil palabras y demuestra toda nuestra comprensión.

También es evidente que no hemos de ser unos padres que piensan que lo saben todo; con respeto escucharemos la opinión de los otros. No es conveniente andar tan seguros y prepotentes por la vida, de forma que parezca que no necesitamos nada de nadie (aquello de “a mí nadie me ha de decir cómo tengo que educar a mi hijo”). Si no sabemos escuchar nos equivocamos: puede que aquella vecina a la que le dejamos el niño cuando precisamos salir, sabe mejor que nosotros cómo juega y se comporta con sus amigos, y nos podría dar algunas ideas.

No seamos dogmáticos. Hoy, para convivir democráticamente con los que nos cobijamos bajo el mismo techo, tenemos que captar las distintas sensibilidades para no quedarnos con nuestros prejuicios, etiquetas o criterios desfasados sobre el día a día de nuestros hijos en la escuela o en el tiempo de ocio.



El respeto, el saber escuchar y aceptar la opinión de los demás, también serán para nosotros las cualidades más valoradas si nos proponemos vivirlas con constancia.