En el dia del docente
"La meta principal de la
educación es la de crear personas que sean capaces de hacer cosas nuevas no
simplemente de repetir lo que otras generaciones han hecho; hombres que sean
creativos, inventores y descubridores. La segunda meta de la educación es la de
formar mentes que sean críticas, que puedan verificar y no aceptar todo lo que
se les ofrece."
Jean Piaget
Cualquier buen docente que
se entrega a sus alumnos puede pasar a la historia.
No importa que su nombre
quede escrito en un libro en letras de oro y pase a la posteridad, lo que
importa realmente es que quede grabado en la cabeza y el corazón de nuestros hijos
y les haya dejado, por su buen hacer, una buena huella intelectual y humana.
Seguro que si lo pensamos bien, hay algún profesor que dejó
huella en nuestra infancia, ya sea por el interés que nos suscitó por alguna materia,
por la influencia que tuvo en la decisión sobre los estudios que seguimos o por
muchos otros aspectos de nuestra formación humana.
A continuación os muestro la correspondencia que
mantuvieron Albert Camus y Germain Louis, el buen profesor del insigne Premio
Nobel:
París,
19 de noviembre de 1957
Querido
señor Germain:
Esperé
a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de
hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he
buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y
después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que
era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto.
No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo
menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y
de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted
puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que,
pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Lo
abrazo con todas mis fuerzas.
Firmado:
Albert Camus
Argelia,
30 de abril de 1959
Mi pequeño
Albert:
He
recibido, enviado por ti, el libro Camus,
que ha tenido a bien dedicarme su autor, el señor J.-Cl. Brisville.
Soy
incapaz de expresar la alegría que me has dado con la gentileza de tu gesto ni
sé cómo agradecértelo. Si fuera posible, abrazaría muy fuerte al mocetón en que
te has convertido, y que seguirá siendo para mí, mi pequeño Camus.
Todavía
no he leído la obra, salvo las primeras páginas. ¿Quién es Camus? Tengo la
impresión de que los que tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen.
Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la idea de descubrir tu
naturaleza, tus sentimientos. Cuando mejor lo consigues es cuando eres simple,
directo. ¡Y ahora, bueno! Esas impresiones me las dabas en clase. El pedagogo
que quiere desempeñar concienzudamente su oficio no descuida ninguna ocasión
para conocer a sus alumnos, sus hijos, y éstas se presentan constantemente. Una
respuesta, un gesto, una mirada, son ampliamente reveladores. Creo conocer bien
al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en germen al
hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu
persona. Tu cara expresaba optimismo.
He
visto la lista en constante aumento de las obras que te están dedicadas o que
hablan de ti. Y es para mí una satisfacción muy grande comprobar que tu
celebridad (es la pura verdad) no se te ha subido a la cabeza. Sigues siendo
Camus: bravo.
Firmado:
Germain Louis
Mi
amigo pedagogo Gregorio Luri puede sustituirme en el comentario que yo haría a
estas magníficas cartas. En un artículo de marzo de 2010 en La
Vanguardia , él
describía así esta correspondencia.
“En
los años veinte del siglo pasado había un maestro en Argel. Era uno de esos
maestros de la escuela republicana francesa que entendían la docencia como la
misión de acompañar a los alumnos en su tránsito hacia la plena ciudadanía.
Tenía más de treinta en su clase. Entre ellos un niño huérfano de padre, que
vivía con su madre analfabeta, un hermano un poco mayor y una abuela
cascarrabias empeñada en que los niños comenzaran a trabajar cuanto antes.
¿Acaso podían aprender algo útil huroneando entre los libros? Por si acaso, en
casa no había ni uno. Aquel niño era tan pobre que vivía su pasión por el fútbol
desde la ingrata posición de portero, el puesto en el que menos se desgastan
los zapatos. Su madre lo había educado para que, sin perder la conciencia de su
situación económica, no se rindiera al fatalismo de la miseria. Era,
aparentemente, otro niño travieso al que le gustaba liberar a los animales de
la perrera y tenía los puños preparados por si tenía que enfrentarse a un matón
de patio. Su lengua no era el francés, sino el pataouète, el dialecto hablado en Argelia. Pero su maestro era un
maestro. ¿Y qué es un maestro sino el celoso amante de lo mejor que podemos
llegar a ser? Lo ayudó a dejar de ser extranjero en su propia lengua, le logró
una beca y lo guió por la fascinación de la palabra. En clase, al acabar las
lecciones, escuchaba con la imaginación encendida el capítulo de la novela que
su maestro leía con voz bien timbrada como gesto de despedida. El día que se
presentó al examen para el acceso a la secundaria, se limpió los zapatos de
portero hasta dejarlos relucientes. En la puerta del liceo lo esperaba su
maestro, con un croissant en la mano, por si no había desayunado lo suficiente.
Este maestro cabal se llamaba Louis Germain. Treinta años después, a finales de
noviembre de 1957, Germain recibió una carta fechada en París. Era de su alumno,
que había obtenido el Nobel de literatura. La leyó emocionado: «Sin usted, sin
la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su
ejemplo, no hubiera sucedido nada de todo esto». Firmaba, Albert Camus. Luego Camus hizo una descripción deliciosa
de su maestro en El primer hombre, la
novela inconclusa que llevaba en el coche en el que murió, recordando que fue
él quien le hizo sentirse digno de descubrir el mundo. No conozco un elogio más
digno para un maestro”.
¡¡¡¡Gracias queridos maestros!!!
5 octubre del 2015
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