Afectividad y sexualidad (2)
Afectividad y sexualidad (2)
Seguimos con el tema iniciado en otra entrada del bloc para reflexionar sobre la afectividad y la sexualidad en la educación de los hijos.
Me viene a la mente el verso de Antonio Machado:
¿Tu verdad?
No, la Verdad.
Y ven conmigo a buscarla
la tuya la puedes guardar
Sin banalizar la sexualidad
No queremos, que nadie externo a la familia reduzca el sentido de la sexualidad; no queremos que la banalicen... ¡Ya me dirás qué bien puede hacer a nuestro hijo ser tratado como un objeto, cuando es una persona con inteligencia, sentimientos, voluntad!
No podemos abandonarlo a la información que recibe fuera del espacio de la familia desde páginas web, libros, guías y vídeos, ni en una clase para aprender a ponerse un preservativo. Tampoco la sexualidad puede quedar reducida a un fenómeno lúdico ni a la moda de explorar nuevas formas de prácticas sexuales. He tenido conversaciones con chicos y chicas de quince años que, después de haberlas practicado, han quedado afectados psicológicamente cuando han escuchado un: «hemos terminado» sin ninguna otra explicación.
Me preocupó lo que escuché de una psicóloga en una entrevista radiofónica:
“Cuando estamos fuera un fin de semana telefoneamos a casa diciendo que llegaremos dentro de una hora. Así, mi hijo, que se ha quedado en casa con una amiga del instituto, ya está avisado”.
Del mismo estilo es el comentario de aquel padre que me contaba con aire de progre, rico y moderno: «He pagado el hotel de dos días y dos noches a mi hijo, para que vaya con una amiguita a pasar el fin de semana». Una minoría de padres ven al adolescente como una criatura que vive el mejor momento de su vida, «para pasárselo muy bien, sin ninguna responsabilidad»; diríamos que casi les da envidia no estar en su lugar y lo expresan así: «que lo pase bien ahora que puede...».
Frases como: «Sé OK, no seas K.O.» o «quiero ser singular», eslogan de una comarca de Tarragona para que huyan de los peligros del alcohol, me parecen más positivas.
Por desgracia, el consumo de alcohol va en aumento, como lo demuestra el resultado de una encuesta de la Fundación Alcohol y Sociedad de España: El 47% de los adolescentes aseguran que sus padres saben que consumen alcohol, mientras que sólo un 20% dicen que sus pares no son conscientes de que lo hacen. Una se pregunta: ¿quizá no los abrazamos cuando vuelven de noche? ¿No sabemos que si están bebidos pierden el dominio sobre su persona?
Muchas veces hemos de animarlos a no querer ser iguales a Kate Moss o a Pete Doherty, algunos de sus ídolos, amigos de drogas y el alcohol, como decíamos en el capítulo anterior. La gracia está en la originalidad y en tener personalidad, no en seguir a una hipotética mayoría.
Vivir la Naturalidad y sinceridad
Si sabemos decir «no» al maltrato o a la violencia cuando vemos una película donde la gente se mata sin pensarlo, ¿por qué no podemos decir «no» a una sexualidad desvinculada de la afectividad que conduce a una visión incompleta de la misma? Normalmente los hijos escuchan, lo agradecen, lo piensan y se «les queda» para estar en condiciones de tomar sus decisiones con libertad responsable.
El hombre es libre cuando sabe escoger, y los padres tenemos que hacer entender a nuestros hijos que la liberación sexual y la promiscuidad son opciones que no liberan, sino que esclavizan.
Son del libro No se lo digas a mis padres (Ariel, 2004) de Pilar Guembe y Carlos Goñi estas palabras:
“La promiscuidad sexual en la adolescencia se debe más al exceso de estímulos externos que no al desajuste hormonal de esta etapa (…). Llegados a cierta edad, podemos hacer ver a nuestros hijos que, aunque tengan la madurez fisiológica suficiente para mantener relaciones sexuales, no tienen la madurez psicológica ni personal suficiente para desarrollar su sexualidad”.
Debemos vivir la confianza para hablar con nuestros hijos siempre y en todas las circunstancias. Nos podría parecer más complicado hablar de sexualidad cuando los padres están separados, pero se puede hacer perfectamente si se apartan los rencores mutuos en bien del hijo y acuerdan, con seriedad, la manera de dialogar con él para ayudarlo sin que quede afectado por la separación.
Nuestro hijo debe estar en medio de nuestras peleas, lo harían sentir incómodo y culpable. Si no se evitar por alguna anomalía en la relación, convendrá recurrir a ayuda externa, comenzando por los abuelos, que son personas adecuadas porque quieren a los nietos, a un hermano mayor, un tutor de la escuela, un psicólogo o un mediador de confianza.
(Proximamente "entrada" 3 y firmas Sant Jordi en Barcelona)
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