Entre hermanos...
"Cuando
dos hermanos trabajan juntos las montañas se convierten en oro."
Proverbio
chino
Hace poco en un parque público observé a un niño de unos cinco
años con su cabeza literalmente introducida dentro de un cochecito al lado de
una mujer joven. La escena era curiosa, ya que tan pronto el niño sacaba la
cabeza, se escuchaban gritos de alegría.
Me acerqué… Dentro del cochecito, una pequeña de seis
meses se lo pasaba en grande jugando con los cabellos de su hermano mayor.
Y él también se alegraba mucho frente al descubrimiento que había hecho
arrancar tantas risas a su hermana.
Diversas circunstancias personales hacen que no se puedan
tener hijos, o bien que dos personas que querrían más se hayan de conformar con
un hijo único. Pensemos que es fundamental rodear al que no tiene hermanos de
primos o de amigos, entre los cuales haya una criatura pequeña, que se pueda
sentar en el regazo, siempre que no haya peligro de que se le caiga, claro…
para mirarlo o jugar con él. La ventaja de los que tienen hermanos pequeños es
poder mirar con cara de sorpresa las gracias de las niños recién nacidos y compartir
la necesidad de afecto y reconocer los sentimientos del pequeño, aunque éste no
se exprese verbalmente.
Este tipo de relación ayudará a los críos de ahora a ser
personas con empatía y agradables para las relaciones familiares, sociales y
profesionales en el futuro. (Sobre este aspecto aconsejo que visitéis el portal del programa “Raíces de empatía”,
fundado por Mary Gordon, y que imparte a escuelas de Canadá: www.rootsofempathy.org.)
No todos los matrimonios jóvenes puedan tener familias
numerosas; eso
es comprensible. Problemas de salud físicos o psíquicos, situaciones inestables por falta de
trabajo o sueldos escasos, rupturas
matrimoniales, etcétera, pueden
contribuir a no lograr este reto aventurado —pero bien recompensado— para el
desarrollo integral
de los niños.
Las ventajas de las relación entre hermanos son visibles:
protección del hermano mayor respecto al pequeño, ternura que desarrolla el
pequeño con el mayor, risas juntos, peleas juntos, consolarse uno al otro,
ceder más de una vez, corregirse de un comportamiento celoso, aprender a
compartir juguetes, el conocimiento de maneras de ser y de hacer diferentes y
un largo etcétera.
Me decía un padre joven, que ya tenía tres hijos (el
mayor de ocho años, el mediano de seis y el pequeño de dos): «Los domingos soy
el encargado de preparar la comida y la cena; mi especialidad son las paellas o
la carne asada y la pechuga de pollo rebozada por la noche.
La tarea de mi mujer consiste en preparar la ropa de los
niños para el regreso el lunes a la escuela. La tarde nos queda libre para
actividades de descanso con los hijos. Yo estaba en la cocina con el aceite
caliente en la sartén. En la habitación de juegos se escuchaban gritos y
lloros. Ni mi mujer ni yo podíamos acudir inmediatamente. Cuando fuimos, se
había acabado el alboroto.
La paz y el juego continuaban su ritmo. Con tres hijos,
muchas situaciones problemáticas se solucionan solas. Y… ¿sabes lo que más me
gusta?, que con frecuencia se piden perdón, es un objetivo que nos hemos
marcado con mi mujer desde que hemos iniciado nuestra vida en común: pedirnos
perdón cuando nos faltaba la serenidad y, así, con nuestro testimonio, hacer
que los niños aprendan…».
Frente a esta explicación le di las gracias y una palmadita
en la espalda. Mientras caminaba de regreso a casa reflexioné, muy agradecida
con la anécdota y, también, volví a reconocer que el perdón y el agradecimiento
son dos valores fundamentales para transmitir siempre, para conservar y
llevarlos a la práctica. ¡Sí!, hemos de ser conservadores, no en el sentido
empleado a veces con sorna, sino en el de tener una existencia plena, saber
perdonar y ser agradecidos, ya que esto abre muchas puertas a la felicidad: la
nuestra, la de nuestros hijos, la de nuestros nietos y la de nuestras familias.
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